Cada noche se abre el telón, o mejor dicho, la puerta corredera del Carlota Akaneya. Al entrar, ya te han hipnotizado. Crees que estás dentro del universo Wong Kar Waiano, en una de las escena de ‘in the mood for love’ o ‘2046’. Su luz, sus paredes de hierro, mesas de madera, y extractores de humo para cada una de las brasas de carbón vegetal. Este japonés llamado ‘Sumiyaki’, único en España, crean la atmósfera propicia para que la velada perfecta esté asegurada.
Tras acomodarte en la mesa acompañado por el cuidadoso personal de sala, empieza el espectáculo. La cena consiste en cocinar los productos que ellos te sirven, indicándote, eso sí, el tiempo de cocción para cada uno de ellos.
La sangría de Sake, piña y jengibre da el pistoletazo de salida. Tras ella empieza el desfile de delicias que forman parte de uno de los dos menús degustación que tienen en la carta.
Felipe, gallego y apasionado de Japón, cuenta cómo nació este rincón llamado Carlota Akaneya. Felipe e Ignasi, amigos y socios viajaron hasta Kioto para encontrar la inspiración, cuentan que fueron a cenar durante cuatro noches seguidas a un restaurante llamado Akaneya Junshinken. Tomaron medidas de las mesas, las brasas, y fotografiaron el espacio, para después, crear una réplica en el raval de Barcelona, al que dieron por nombre Carlota (por la madre de Felipe) y Akaneya en honor al restaurante inspirador.
Tras preparar las brasas, debidamente aromatizándolas con romero, sirven una sopa de miso inmejorable, marisco del día, gyozas, y una pequeña sartén con caldo de pato y fideos gruesos (kamo mamban).
Después de abrir el estómago, Natsumi, compañera y consejera en la aventura de estos dos socios, nos trae la joya de la corona, la protagonista, la ansiada y esperada carne de Wagyu, raza bovina del Kobe, importada desde Chile. Tras probar 5 tipos diferentes de corte, quedas extasiado, es difícil decidir cuál te ha gustado más, sólo puedes recordar la sensación de cómo esa carne se deshace en la boca y piensas cuando volverás a probar una carne así. Pero todavía hay más.
Para acabar la función con broche de oro, entra una coreografía cromática de postres japoneses: el mochi casero y el sorprendente tiramisú de té verde, deliciosos hasta decir basta.
Una experiencia que todo foodie Barcelonés y del resto del mundo entero está obligado a vivir.
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