El Barroco tiene un término apropiado para definir las paredes de Casa Eme: Horror Vacui (literalmente, “miedo al vacío”). No hay un solo hueco libre en el rectángulo que conforma el establecimiento que regenta Emeterio Serrano (“Eme” para todo el mundo). Penitentes, armaos de la Macarena, azulejos de vírgenes, Cristos enjaulados con cerrojo, fotografías de antepasados… un sinfín de figuras y detalles imposibles de capturar de un solo vistazo. Por eso en Casa Eme hay que “armarse” de paciencia y alimentarse primero con la vista.
Abierto un año antes de la EXPO, y situado en la Puerta Osario, que fue cementerio de Sevilla en la Edad Media, a la vera de la calle Puñonrostro (nos encanta ese nombre), Casa Eme fue primero latería, luego tortería, donde se vendían dulces, se hervía la leche… y el primer taller de VESPA que conoció esta ciudad, y que dirigió su suegro.
Lo particular de su paisaje rima con la singularidad de su paisanaje, gente de toda índole y condición que ha sabido sustraerse al esnobismo y a la modernidad mal entendida propia de este país de nuevos ricos, que arrincona la verdadera hostelería en pos de un seudotataki, pero incapaz de encontrar la belleza en unas almendras fritas y unas incontestables coquinas hechas en el momento.
Porque Casa Eme es el abc de lo que debe ser un bar de tapas de toda la vida: calidad, precio y servicio. Sigue siendo como esos a los que ibas de chico a tomarte con tus padres tu tapita y tu refresco (obviamente con la pajita en la botella). Por su carta desfilan innumerables montaditos a precios económicos, pero el que concita mayor predicamento, no sin razón, es el de solomillo al whisky, en un pan tostado que soporta una salsa excepcional con ligeros toques a limón. Iguales adhesiones despiertan las gambas al ajillo, los mejillones al vapor y las mencionadas coquinas a las que Eme les rocía, justo al final, el dorado líquido sanluqueño que tanto reivindicamos: la manzanilla.
Porque Eme se vale de dos infiernillos, una cazuela y una tostadora para todas sus elaboraciones. Cocina, sirve y despacha sin que nada lo abrume, tal es su pericia. En la puerta, seis mesas aguardan a que desde el micrófono, con una ligera inclinación de cabeza, se asome a su esponja y llame al festín a través de sus altavoces exteriores: “Una de solomillo, paa la cuatro”.
Porque en su boca siempre tiene un mi arma, un Hola, amigo, qué hay, un Eah, pos vamos a por esas dos fresquitas.
¿Hacen falta más porqués?
Casa Eme
Puerta Osario 3, 41003 Sevilla
Texto: José Ignacio Pérez y JM Álvarez
Fotos: Ana Mellado