Seguro que algunos recuerdan todavía, como hace varios años, estando en cualquier terraza del barrio de Cimadevilla en Gijón, de repente aparecía David Marrón con tapas cocinadas en su propia casa para deleite y placer de los que allí se encontraban. Entonces era difícil imaginar que aquella afición que convertía una tarde cualquiera de cañas en un festín, iba a dar lugar a uno de los nombres más pronunciados en el mundillo gastronómico local. Y así fue, una noche de noviembre de hace ya tres años, abrió sus puertas Crocante. Abrió por una parte las puertas de una preciosa casa cargada de arte, (en el exterior se pueden ver unas cabezas a modo de gárgolas del pintor Kiker y dentro los dibujos del artista Fernando Gutiérrez), y por otro lado, también abrió el camino para introducir en el barrio una nueva cocina que se distanciase de los monótonos menús de las típicas sidrerías.
Los que conocen el barrio, saben que éste se encuentra en una pequeña península que en invierno es azotada por el viento frío que viene del mar, y que a veces cuesta el sacrificio de algún paraguas llegar hasta él. Ofrecer una cocina diferente y desmarcarse del tipo de negocio que buscan los turistas en verano podría haber sido un naufragio, pero sin riesgo no existe el éxito, y así lo demuestra ese teléfono que en la planta baja no deja de sonar para las reservas, y que hace que una conversación a la hora del vermú con David, se interrumpa decenas de veces. Y es que el atractivo del Crocante es una carta alejada del artificio, que mezcla cocina tradicional con platos creativos e influencias orientales, y que a la vez es asequible para todos los paladares.
Sin perder la esencia marinera de la barriada, en sus platos “acuáticos” podemos encontrar: navajas en salsa de miso, pulpo a la brasa con alioli de pimentón, tataki de atún toro, wakame y sorbete de wasabi o la imprescindible lasaña de centollo y oricios (erizos de mar); que permite degustar a la vez dos de los productos de mar más apreciados en la zona. Los platos “terrícolas” comprenden tanto sabores de oriente -gyozas de pollo o vegetales o yakisoba de buey entre otros-, como aromas más autóctonos: croquetas de compangu (la carne que acompaña a la fabada) o unos sabrosos canelones de pitu de caleya (pollo campero) y hongos.
A la diversidad de sabores se suma también la opción a la hora de elegir local, ya que desde hace unos meses, Crocante ofrece un nuevo comedor (y terraza) en la zona residencial de Somió, donde además se incluye un menú con diferentes platos de cuchara. Lentejas con foie, los callos “old school” o garbanzos con pixín (rape) y verduras son algunos ejemplos. Entre los postres; arroz con leche y «chococrispis», panacotta de chocolate blanco y fresas, o milhojas de yogur y jengibre.
La carta de comidas se complementa con otra indispensable, la de los vinos. Una selección distinta que huye de las denominaciones de origen más populares y apuesta por bodegas jóvenes. No es difícil encontrar en Crocante, además, algunos vinos fuera de carta, concediendo así al cliente la ocasión de mostrar sus gustos y dando la posibilidad de que pasen a formar parte de los habituales. Si uno prefiere, por ejemplo, la cerveza, encontrará distintos cereales, artesanales asturianas e incluso alguna marca japonesa.
En Crocante, nunca mejor dicho, la variedad está servida.
Crocante
Calle Rosario 7, Cimavilla, 33201, Gijón, Asturias
Teléfono: 984 846 454
Camino de los nardos, 559. Somió, 33203 Gijón, Asturias
Teléfono: 984 992 816
Precio medio carta: 26/30 €
Menú (Somió): 17 €
Texto: Daniel Acevedo
Fotos: Laura Meixús