Por fin llegó, esa semana del año en la que Sevilla reúne todos los colores, los ruidos, las idas y venidas, los sabores, los olores y alegrías habidas y por haber.
Estuvimos en la Feria de abril de Sevilla, curiosamente inaugurada por un catalán y un vasco, que en la actualidad se ha convertido en el mayor de los reclamos para autóctonos y foráneos de esta preciosa ciudad sureña. Ya lo decía Antonio Gala, con mucha razón, que los sevillanos tienen la ciudad más bonita del mundo, pero se dejó por el camino que también una de las mejores fiestas regionales de todo el país.
Si has estado en la Feria este fin de semana, o has sido de los valientes que llegaron el domingo pasado, o incluso te lo estás pensando muy en serio para el año que viene, aquí te dejamos unos truquitos gastronómicos salvadores que harán que te presentes como auténtico andaluz, si no en tu desenvoltura con las sevillanas (que puede ser más difícil), al menos sí al otro lado de la barra.
Para empezar, tenemos que tener claro que en la Feria de Sevilla no existe la “hora de comer”. Dentro del Real, los relojes dejan de funcionar, y da lo mismo si son las once, que las dos, que las seis, que las nueve: los fogones de las casetas y sus camareros estarán dispuestos a ponerte por delante una tapita de lo que tú quieras a la hora que se tercie.
Nosotros te recomendamos empezar, por ejemplo, con unos buenos langostinos de Huelva, y una tortillita de patatas para acompañar. Que no falte, por supuesto, entre volante y volante, su platito de jamón “del bueno”, y el de queso curado, combinaciones aseguradas que arrasan en cualquiera caseta. Para los más pequeños, “montaito” de pringá o de filete de lomo: fácil y rápido de comer.
No podemos olvidarnos de que todas las elecciones gastronómicas deben (y digo deben, porque es casi mandamiento religioso y obligado por ley) maridarse con su fría copita de rebujito o manzanilla, que sostendremos en la mano de forma indeterminada y continua.
Después de haber bajado la primera ronda con unos taconeos, podemos seguir nuestra ruta con una típica tortillita de camarones y una ración grande de carne “mechá”; o ya meternos en faena y aventurarnos con exquisiteces más especializadas como los garbanzos con espinacas o bacalao, y el cazón en adobo: clásicos.
Para terminar esta extenuante jornada, y por si acaso nos ha quedado el estómago un poco vacío, no podemos dejar de acercarnos a saborear unos buenos churros con chocolate por entre las aceras de Los Remedios, o escaparnos a la Plaza de las Buñoleras, donde las gitanas preparan sus famosísimos buñuelos, conocidos en toda Sevilla, y parte del extranjero.
Una vez refugiados en la calidad del hogar, sólo queda descalzarse, hacer una buena digestión, y cuando terminemos de trabajar al día siguiente, ¡volver a empezar!
Texto: Ana J. Palmer
Fotos: Magdalena Puigserver