Si alguna vez se os ha escapado de las manos una pieza cerámica, sabéis que volver a recomponer con pegamento todas las partes rotas no garantiza devolver a la pieza su aspecto original. Los dibujos y el esmalte se pulverizan en pedazos imposibles de reparar, y probablemente haya que acabar desechando el plato o la taza en cuestión.
A simple vista, la obra de Livia Marin parece difícil de restaurar, pero no porque la cerámica se haya roto, sino porque, como si de otro material se tratara, las piezas se han derretido. «En un contexto como el de hoy, dominado por el mercado y unos hábitos de consumo por los que se producen, adquieren y desechan objetos desenfrenadamente, me parecía relevante plantear la pregunta sobre el sentido de tirar, guardar y reparar» explica Livia.
Para cada una de las piezas esta artista chilena utiliza un fragmento real de un objeto de cerámica. «Generalmente son piezas de segunda mano que recolecto en mercados o rastrillos, o bien objetos reproducidos en masa. Al mismo tiempo, utilizo patrones decorativos fabricados especialmente para decorar objetos de cerámica, en algunos casos reproduzco esos patrones a partir de los objetos que voy recolectando» comenta Livia. El proceso de creación de las piezas se inicia destruyendo los objetos originales y dándoles una nueva forma. «La imagen, también contradictoria, de una pieza de cerámica como a medio derretir forma parte de la ambigüedad del trabajo, pues sabemos que la arcilla o la porcelana obtienen su mayor resistencia material cuando se las somete al calor en el horno” añade.
La próxima vez que se os escurra una taza en el fregadero pensad antes de tirarla si podría acabar decorando el mueble del salón.
Texto: Gemma García