Para quienes ya conozcáis este restaurante, podéis estar tranquilos, L’Olivé sigue siendo el de siempre. Con un local moderno y una carta actualizada, pero sin moverse un milímetro de la esencia con la que empezó este restaurante hace más de treinta años: ofrecer una comida de mercado sencilla, sin artificios, pero con ingredientes de primera y un servicio excepcional.
Aquí lo que ves es lo que hay. Si pides lenguado, en tu plato encontrarás lenguado; eso sí, uno de gran calidad y cocinado de forma que su sabor natural destaque sobre todo lo demás. Y fresco, como podrás comprobar con tus propios ojos en la barra de la cocina abierta que da acceso al comedor principal. Lo mismo se puede decir del resto de pescados de la carta. Y de sus carnes, mariscos y verduras. Todos de temporada y de proximidad, cocinados con la sabiduría de unos fogones que llevan décadas dedicados a preservar al máximo la esencia del producto principal, de manera sencilla pero convincente. Lo que viene del campo, sabe a campo; lo que viene del mar, sabe a mar.
Es en la sencillez de sus platos donde L’Olivé da lo mejor de sí mismo. Su carpaccio con copos de parmesano sabe a ternera de la buena, pero con un corte fino y una textura suave que invita a comerlo prácticamente sin masticar. Lo mismo sucede con el cochinillo ibérico deshuesado, tierno pero de sabor potente y memorable. Para amantes de los productos de mar hay un buen surtido entre pescado y marisco. Sus buñuelos melosos de bacalao concentran en un bocado años de experiencia depurando una receta tradicional hasta alcanzar la textura y el sabor perfectos. El canelón de txangurro, presentado con una finísima envoltura de calabacín y con un meditado toque de huevas de salmón, permite disfrutar del sabor del mejor marisco sin mancharse las manos. Y para puristas del pescado, el sapito entero a la donostiarra sorprende por igual a la vista y al paladar, con una carne blanca y jugosa. Y con el detalle de servir la salsa aparte, que se agradece, aunque el sabor puro del pescado cocinado en su punto ya se basta por sí solo.
L’Olivé es uno de esos sitios donde poder disfrutar de una cocina predominante pero no exclusivamente catalana, con una carta que se adapta a los productos de temporada. Calçots para empezar el año, escudella de Nadal para terminarlo, y esqueixada, xatonada o bacalao a la llauna para degustar en cualquier época del año. Todo ello acompañado por una variadísima carta de vinos locales, nacionales e internacionales –si te cuesta decidir, no dudes en consultar a alguien del amable y experimentado equipo que atiende en L’Olivé. Y variada también es la carta de postres, todos hechos aquí y todos tan buenos como aparentan.
Pero la obsesión de este restaurante por ofrecer una comida excepcional no resta importancia al conjunto de la experiencia. Con un gran salón principal, dos barras y cuatro salas privadas, este local ha sido reformado en su totalidad ofreciendo un ambiente elegante pero no ostentoso, fresco por lo actual de su diseño pero cálido por lo acogedor que resulta. Todos los detalles cuentan: la calidad de los materiales, la gama de colores empleada, la iluminación y la música ambiental. Una combinación de factores que transmiten la sensación de estar en un lugar exclusivo pero a la vez sintiéndote como en casa. Y la comodidad se agradece especialmente en un sitio como este, porque el ambiente invita a conversaciones distendidas y sobremesas largas. Y porque, a menos que vengas con las ideas muy claras, te llevará un rato decidir entre tantos platos y tan buenos. Tampoco hace falta que te lo pienses demasiado: sea cual sea tu elección, habrás acertado.
Carrer de Balmes, 47, 08007 Barcelona
De lunes a domingo, de 13:00 a 16:00 y de 20:00 a 23:30
Precio medio: 50€
Texto: Jaime Arribas
Fotos: Uxía Estévez