Luís Eslava es un diseñador o creador multidisciplinar nacido en Valencia. Actualmente, y después de vivir en lugares como Londres y Japón, se ha afincado en Barcelona. Ciudad en la que ha establecido su campo de operaciones, y desde donde viaja a menudo, sobre todo a Asia y a México.
El motor de Luís, en su proceso creativo, es la observación y el análisis de la cotidianidad. Los objetos que produce son una síntesis muy especial entre forma y función, sin renuncia del aspecto simbólico al que da una gran importancia. Algunas veces lo hace con un notable sentido del humor como con Oh! Maria keep my data safe; y muchas otras con un gran marcado componente antropológico como en los platitos de su colección Cent.
Luís es un apasionado de la gastronomía; le falta tiempo para hacer una paella improvisada con los amigos, una coca de recapte con harina de cualquier cereal (la que encuentre en el armario); unos falafels (receta de su suegra que es mi madre); hummus o un caldo contundente en poco tiempo. Lo suyo es la improvisación y la falta de protocolo, pero el resultado es sorprendente en intensidad de sabor. Es capaz de lavar unos boquerones, rebozarlos con harina de garbanzos, freírlos, y en un santiamén, plantarlos en la mesa junto con unas alcachofas fritas, y varias viandas más para pasar una simple sesión de cine doméstico, un día cualquiera. Creedme, es tal cual os lo cuento.
Pero cuando este diseñador se encuentra en su salsa es cuando puede cocinar para un grupo de personas. Este es el caso de hoy, pues hemos invitado a la familia para hacer un Hot Pot, utensilio que une cocinero y comensal y que es perfecto para ejercitar el ritual social que es comer alrededor de una mesa. Además, el Hot Pot cuenta con el componente atávico del fuego, lo que lo convierte en un instrumento genial para juntar a la tribu.
Explícanos un poco tu trayectoria vital.
Nací en Valencia, donde crecí y viví hasta que acabé la carrera de diseño en el 2000. La Valencia donde yo crecí era una ciudad ecléctica que me ayudó a entenderme a mí mismo y a valorar mis orígenes. Orígenes éstos que empecé a valorar mucho cuando comencé a vivir fuera de mi ciudad y de mis costumbres. Actualmente estoy afincado -y ¡felizmente casado!- en Barcelona, desde el 2012, donde tengo mi estudio.
¿Qué significa Barcelona para tí?
Barcelona se ha convertido en mi centro de operaciones, pues tengo la suerte de poder viajar mucho por trabajo. En estos viajes intento descubrir las ciudades y su cultura a través de su gastronomía. Siento que es la mejor manera de llevarte la esencia y el recuerdo de cada ciudad visitada.
Explícanos tu multidisciplinariedad.
Después de estudiar en el Royal College of Art de Londres, trabajar en Camper y un tiempo viviendo en Japón, decidí trasladarme a España, en 2008, y establecer mi estudio aquí. Siempre he sido muy multidisciplinar (eso me mantiene despierto) y me gusta tener una visión global y amplia del diseño. Por esta razón he trabajado tanto en iluminación como en espacios efímeros, en diseño de interiores o en diseño de producto, y por eso he participado en varios proyectos de Food Design, una de mis pasiones.
¿Porqué el diseño? ¿Qué te aporta?
Siempre me ha gustado “hacer cosas”, inventar, construir, etc. Aprendí de mi abuelo: él transformaba chatarra en mini esculturas. ¡Son muy buenas! Aún las uso como inspiración.
Diseñar es crear objetos que no sólo solucionen problemas cotidianos sino que además consigan emocionar. Ese factor de emoción, la creación de este vínculo entre usuario y objeto, es la clave. Es muy gratificante ver a la gente cuando le gusta algo que has diseñado y crea ese vínculo que va más allá de la pura estética.
Entre tus trabajos encontramos numerosos objetos relacionados con el diseño y la gastronomía. Cuéntanos un poco cómo llegaste a esta relación.
Siempre me ha apasionado la gastronomía, y la importancia de los objetos donde comemos para generar una experiencia sensitiva más allá del gusto. Todo comenzó gracias a Sargadelos. Me contactaron para desarrollar una vajilla en colaboración con un cocinero. Y un buen amigo, Norman Villalta, me recomendó al chef mallorquín Andreu Genestra, de la escuela del Bulli y actualmente poseedor de una estrella Michelín. Con él descubrí la verdadera importancia de la parte experiencial a la hora de servir la comida: la parte en que el comensal interactúa, ritualizando el acto de comer. Además me apasiona, y me fijo mucho en ello, la estrecha relación que hay entre la elaboración de la comida y la composición material de los recipientes donde comemos.
¿Qué recuerdos familiares tienes entorno a la comida?
He tenido dos grandes cocineras como abuelas, tanto por parte de madre como de padre. La madre de mi padre era de origen manchego. Cuando íbamos a verlos, mi abuela se pasaba el día anterior cocinando unos manjares a la altura de la “nouvelle cuisine” francesa. Era una gran cocinera. Recuerdo los higos fritos con miel y las patatas confitadas a fuego lento, al horno. Por parte de madre me precede toda una estirpe de cocineras. Tanto la abuela de mi madre, como la mía, y como mi madre, nacieron entre fogones, pues poseían una “fonda” donde la gente se hospedaba y paraba a comer. Como decía mi abuela, cocina de “bodego”. Allí se hacían unos guisos bien contundentes y especiados.
¿Cuáles son los sabores de tu infancia?
Me vienen a la mente sabores de origen marcadamente árabes, la canela, el anís, la calabaza horneada, la pimienta… Al igual que mi madre, he crecido entre fogones, cocinando para celebrar las festividades.
¿Te gusta cocinar?
Me encanta cocinar. Es algo que me relaja, me ayuda a descomprimir el estrés acumulado, me ayuda a pensar y a reflexionar. Cocinar para mí solo, me da mucha pereza; pero hacerlo para los demás no me cuesta nada; me encanta compartir y hacer disfrutar.
¿Crees que el acto de cocinar es importante?
Es un acto importante para ambas partes: cocinero y comensal. Es un acto recíproco. Dar y recibir, gusto y emoción. Siempre hay un componente de legado que no aparece en los libros.
En uno de tus viajes a china descubriste el Hot Pot, elaboración que utilizas para reunir a gente en tu casa. ¿En qué consiste? ¿Qué crees que lo hace tan especial?
El Hot pot es una olla que se coloca en el centro de la mesa, donde, con una base de caldo bien especiado y condimentado, se cocina todo tipo de alimentos: verduras, carnes, pescados, setas, tubérculos, etc. Y se acompaña con todo tipo de salsas orientales.
Lo que le hace especial es el hecho de cocinar en la mesa donde se come; la inmediatez de ambas acciones. Cocinar se convierte en un acto social: mientras cocinas estás “obligado” a interactuar con tus compañeros. A otra cosa a la que el Hot Pot te “obliga” (jeje) es a compartir.
De los viajes que has hecho cuéntanos un par de experiencias gastronómicas que se te hayan quedado en el recuerdo.
Me encanta México y su gastronomía. Me encanta el Pulpo a la Diabla que hacen a la brasa en la parte del Pacífico: te lo sirven a pie de playa en esos platos de colores tan vivos. Picante, fresco y jugoso.
Otra experiencia similar a la del Hot Pot, es la Barbacoa coreana, que también se cocina en el centro de la mesa; en este caso, sobre brasas. Carne bien especiada, acompañada con un buen licor coreano.
¿Por qué te gusta cocinar?
Cocinar es conocer. Es la mejor manera de conocer a las personas y su cultura. Es el acto social en que conoces a las personas a través de su gusto, y del goce de sus sabores.
Entrevista y fotos por Naila Tahbaub Rivadulla.