Hasta el East Village de la exuberante Nueva York ha llegado la tradición gallega más virtuosa para hacerse con fuerza un hueco entre las decenas de miles de ofertas gastronómicas que saltan a la vista cuando se pasea por la Gran Manzana. El local, que ofrece una perspectiva doble al ocupar una esquina muy marcada de la 2nd Avenue, convoca con su juego de luces una llamada irrevocable que seduce tanto a locales como a foráneos, y deja entrever la sensual candidez con que se maneja una culinaria tan contundente como es la de nuestro Norte.
Nai en gallego, significa madre, y se debe a que Rubén, el artífice de la exquisita invención, quiso rendir homenaje a las manos y los pies que a día de hoy siguen siendo la voz cantante en el restaurante: Ana sigue sujetando la batuta para orquestar a la cuadrilla que se da cita cada día para poner patas arriba todos los esquemas del sorprendido comensal. Entre los dos, pactan la recepción del producto que viaja directamente desde La Coruña, como el pulpo, o desde País Vasco, como el queso Idiazábal o la txistorra.
La carta es una colección de pautas españolas que se entremezclan con técnicas de vanguardia para dar lugar a un producto al más puro estilo neoyorkino: almejas en salsa verde aderezadas en mesa con ralladura de limón, zumo de yuzu y cilantro, lubina glaseada con soja a baja temperatura, envuelta en pan deshidratado con emulsión de naranja, rollito crujiente de guiso de rabo de toro desmigado con lomitos de trucha ahumada y alioli de tinta o pollo marinado 24 horas con chalotas encurtidas y alga crujiente, servido en papel.
El ambiente es cálido, con lámparas de tiro bajo, mesitas íntimas y también grandes mesones de madera robusta que recuerdan a las tabernas cantábricas donde se comparten instantes de euforia regados con albariño. Su caldo gallego con grelos, alubias y chorizo se ha convertido en una solución al frío húmedo de Manhattan tanto como lo hiciera en la Costa da Morte. Los pequeños floreros que hacen de centros, son únicos, y pertenecen a una colección que se extrajo de antiguas boticas y donde se guardaban ungüentos.
Han inventado además una llamativa sangría que guardan en una cuba de cristal gigante, confeccionada con champán y manzana, todo un activador de papilas gustativas para recibir sus costillas marinadas en mojo verde con mini patatas y pimientos del piquillo o su sardina en estaca con aroma de lima.
Ofrecen un menú degustación para los más intrépidos, y para amoldarse a las costumbres de Manhattan, ofertan un contundente brunch que incluye opciones como su laureado rissoto de arroz basmati con queso manchego y yema de huevo. Todo mejora si se elige la opción de barra libre de mimosas, un cóctel fresco y ligero que permite contemplar por la ventana el bravío movimiento de la Gran Ciudad, mientras se piensa en la tierra propia.
88, 2nd Avenue, East Village, Manhattan.
Precio medio: 25-30 $
Texto: Ángela Ruiz
Fotos: Nai Tapas