Como muchas de las buenas ideas, ésta se forja en una tarde de colegas, cuatro en concreto. A fin de cuentas, a todos nos gusta soñar despiertos y cuando se trata de fabular, todo o casi todo, vale. Pero la coña resulta no serlo tanto y los colegas empiezan a decirse aquello de: “ojito que no es mala, que podría funcionar”. Convencidos de que la vida no está hecha para los oportunistas empiezan a mirar locales por Barcelona y topan con uno en la parte alta de Nou de la Rambla, deep Poble Sec.
A pesar que sus caminos profesionales van por otros derroteros, poseen una enorme cultura de barra y si algo tienen en común estos cuatro es que vienen del mismo pueblo, de nombre Belalcázar, último bastión cordobés a tocar con Extremadura. Este no es un detalle baladí, todo lo contrario. En esas tierras de dehesa y montanera hay un tótem al que todos rinden pleitesía. Puedes ser cofrade del Cristo del Gran Poder, del Señor Descalzo del Monte Perdido o peregrinar cada año a ver las caras de Belmez, pero la auténtica deidad de la zona es él, el puerco ibérico, ese que se atiborra de sol y bellota retozando en los pristinos lodos entre encinas y alcornoques milenarios.
Con espíritu decidido y ganas de atiborrar a la parroquia condal del mejor chicharrón (poca broma que esta es tierra yerma en esas lides), deciden montar el Palo Cortao, un garito de barra larga y arrabalera, ruidoso y de clara inspiración andaluza. Cortes ibéricos con sus picos y regañás, chacinas y salazones. Cañas bien tiradas, finos y amontillados; jaroteo del bueno. Pero la cosa se les va de las manos.
El día de la inauguración convocan a todos los amigos que han hecho en Barna y el local despega hasta la bandera, generando un eco que pronto se expande entre una jauría transversal con ganas de bulería. El Palo no tarda en hacerse hueco, por propuesta gastronómica, por el servicio esmerado de Fede (uno de los cuatro colegas bien debe coger las riendas) y por ambiente, siempre alegre y jaranero. La prueba es que pasan 6 años en un periquete y lo que empezó como una broma es de facto, una realidad consolidada.
Pero llega el mes de junio y como suele ocurrir, los momentos críticos abren puertas a las chanzas y ellos, que tienen olfato afilado y clientela fiel, instalan Palo Cortao en el vecino Hotel Brummell. La sinergia con el lugar es total y sus feligreses acuden en barrena. El confinamiento ha hecho mella y la necesidad de evasión y buen rollo se palpa. El Palo retoza feliz en su nuevo hábitat e impregna al hotel boutique con su jaranita buena. El contraste cañí-chic se abraza a la perfección y la respuesta es total. Patio interior, cocktail bar, zona de piscina. Oasis.
A pesar del punto glamuroso, no hay vocación elitista y el espíritu jocoso y mestizo del Poble Sec aflora como nunca. Tanto, que los chicharrones se ponen a bailar por soleares, el ibérico de bellota y los salazones hacen de palmeros y la rusa, vacilona ella, pasea su palmito con zanahoria y huevas de mújol. Mención especial a la berenjena, que se contornea como nunca en una fritura crujiente y delicada con miel de caña y miso, todo un clásico cordobés con guiño a la gastronomía asiática.
El tomate se suma a la fiesta, en este caso feo y de Tudela. Pero como no tiene complejos, hasta te tira un piropo, rodeado de cecina de buey, cebolla encurtida y una vinagreta de miel. Completan el trip dos platos que definen las hechuras del Palo Cortao: el rabo de toro con patatas fritas y el tataki de atún en tempura con teriyaki y ajoblanco.
La carta la completan platillos traviesos, de esos que hacen cosquillas en el paladar: oreja de cerdo con garbanzos (tan castiza que se torna sofisticada), croquetas de pulled pork o los mejillones Tom Kha, con jengibre, galanga, lima y coco. Entre los platos principales, mención especial al pulpo brasa con puré de mongeta de Santa Pau, el arroz negro de carrillera de rape, gamba de Huelva y calamar o el canelón trufado de pollo de payés con trompetas de la muerte. Escondan las criaturas.
No cabe duda de que esta simbiosis va a tener continuidad y a pesar de las incertidumbres del momento presente, lo que sí ha quedado patente en apenas unas semanas, es que el barcelonés de pura cepa bendice este encaje y que la buena sintonía exhibida, seguro atrae a un público con ganas de pasarlo bien comiendo y bebiendo, disfrutando del aquí y ahora, degustando el presente inmediato. Carpe diem. Siempre.
Texto: Alex Salgado
Fotografía: Claudia Polo