Mi mejor amigo se ha decidido, por fin, a dar un giro a su vida probando nuevos alimentos en busca de una alimentación más ecochic –como el dice– y quitándole el polvo a sus viejas Nike. Lo primero que me preguntó fue: “¿Es la quinoa “esa” tan maravillosa como dicen?”. Le respondí con un “Sí” rotundo.
Entre horas, estoy leyendo La dieta Paleo; libro en el que cada frase se reduce a la moraleja “como sigas comiendo cereales y gluten morirás muy pronto y, además, te va a doler”. Me aventuro a decir que probaré eso de pasar 30 días comiendo sólo carnes, pescados y algunas verduras, aunque no creo que tenga mucho éxito porque, señoras y señores, los cereales pisan fuerte. Pero claro, hay que saber elegirlos, prepararlos y, claro está, combinarlos correctamente. Tampoco está de más comentar en qué situaciones nos darán más alegrías que disgustos.
¡Cereales! ¡Hidratos de carbono! ¡Salid corriendo!
El simple hecho de mencionar carbohidratos hace que a muchos o, mejor dicho, a muchas se les pongan los pelos de punta. Pues bien, que no salten tan rápido las alarmas. Si bien es cierto que es conveniente mantenerlos a raya –siempre asesorados por un profesional–, los hidratos de carbono bien elegidos nos aportarán, con seguridad, más satisfacciones que tormentos. No quiero centrarme en los archiconocidos trigo y maíz. Esta pareja de granos lleva en nuestras vidas miles de años y, precisamente por eso, su calidad se ha desvirtuado de manera astronómica. Ni mucho menos quiero dejarlos peor que a otros, lo que ocurre es que con tanta fábrica, manufactura, transporte y aditivos, casi puedo asegurar que a los cereales de desayuno que compramos en el súper les queda muy poco de lo que en teoría poseían una vez fueron recolectados, a saber dónde.
Prefiero entonces centrarme en esos cereales “nuevos”. Y digo “nuevos” entre comillas porque realmente llevan toda la vida a nuestro alrededor; el mismo tiempo que los ya casi aborrecidos avena, trigo y centeno. Hablo de la quinoa, el amaranto o el mijo. No os asustéis ni penséis que soy una rarita. No hace falta ser vegano radical para aficionaros a estos ingredientes ultra sanos. Sólo hay que ampliar un poco las miras y tener claro que, con el tiempo, nuestro cuerpo agradecerá que hayamos empezado a consumir estos granos desconocidos –por el momento–.
Me centro en la quinoa. ¿Alguien en la sala la ha probado? Es tan versátil que podemos consumirla desde el desayuno hasta la cena. Y es que lleva el apellido “cereal” sin serlo del todo. Pertenece a la familia de las quenopodiáceas –como las espinacas– pero se compara con los cereales por su composición y su forma de comerlo. En comparación con otros granos, la quinoa es muy rica en proteínas y como, casi con seguridad, lo adquiriremos en su versión ECO, las propiedades de sus carbohidratos son riquísimas en cuanto a energía de calidad. Cabe mencionar su elevado contenido en minerales y vitaminas. Además, es un cereal exento en gluten, esa proteína que parece no sólo amargar la vida de los celíacos –ya hablaremos del dichoso gluten en otro momento–. Si a todo esto le sumamos su bajo índice glucémico, nuestra respuesta insulínica y, en consecuencia, la acumulación del carbohidrato como grasa en nuestro cuerpo lo agradecerán mucho. ¡Muchísimo!
Así que, ya sabéis. Debemos perder el miedo a incorporar nuevos alimentos a nuestro día a día. Simplemente, debemos curiosear un poco en cuanto a cómo preparar y cocinar estos nuevos ingredientes. Os animo a almorzar un cuenco de quinoa con zanahoria, calabacín y olivada negra si tenéis pensado salir a correr o ir al gym. Si sabéis que vais a tener una jornada intensiva de trabajo y con escaso tiempo para comer, emplead la quinoa en vuestro desayuno. Poned la cantidad de un tazón de leche en el fuego. Cuando hierva, añadid un puñado de quinoa y, una vez vuelva a hervir, echadle un poco de azúcar moreno, estevia o canela. Mantenedlo a fuego lento hasta que la mayor parte de la leche se haya absorbido y, una vez la quinoa esté en su punto, preparad un bol con frutas rojas cortadas –fresas, arándanos, etc.-. Podéis añadir pasas, algún fruto seco o, incluso, una cucharada de avena integral. Os aseguro que os vas a sorprender y que ¡repetiréis!
Texto: Del Sol Nutrición
Fotos: Diego Etxeberría