Nos citaron a las 21h en el estudio Casamitjana 15, del artista Antonio Yranzo. Minutos antes, allí estábamos todos, en un pequeño callejón del barrio de Poble Nou y frente a la gran puerta metálica a la que nos tienen acostumbrados los garajes. Expectantes por saber lo que nos deparaba la noche, ansiábamos probar lo que nos habían preparado para cenar Sergi de Meià, antiguo jefe de cocina de los restaurantes Monvínic y Fastvínic, y su equipo. Meià, el cocinero comprometido con la cocina catalana y su materia prima, cuya filosofía es trabajar con producto de temporada obtenido directamente del campo para garantizar la calidad de este y promover la cocina de slow food y Km0.
A las nueve en punto se abrió una pequeña puerta por la que asomó la cabeza de Elsa Yranzo. La hija del artista nos invitó a entrar en el taller de su padre, nos dio a elegir una silla y nos sugirió que nos preparáramos para disfrutar de la experiencia. Segundos más tarde, nos encontrábamos todos sentados alrededor de una larga mesa. Dieciocho personas y, en medio, Antonio, uno de los artistas del dueto. Sergi, la otra mitad, ultimaba los detalles de la cena en la cocina. Comenzaba la velada.
La cena consistía en tres actos que nos situarían en tres espacios vitales de nuestra cultura: el huerto, el mar y los campos frutales. Sergi quiso que encontráramos la conexión con esos escenarios a partir de dos acciones: compartir y crear una sinergia entre comida, espacio, arte y personas.
En un mundo en el que el individualismo se impone cada vez más en nuestra sociedad, esta experiencia gastrocultural sirvió para que, a partir de la comida, todos los comensales participáramos, compartiésemos y creáramos conexiones. De forma indirecta, la intención era hacernos actuar como aquello que nos define: como personas que forman parte de una comunidad.
El primer acto: el huerto. Una recreación de la primavera presentada en dos largas bandejas diseñadas por el ebanista Antonio Yranzo. En ellas se sirvieron una tierra de almendra y remolacha, crema de coliflor y una selección de flores, hierbas y verduras cultivadas por el payés Sebastián Balanga; un erudito en agricultura ecológica y de recuperación. Un comienzo con mezcla de sabores puros, texturas opuestas y sensaciones intensas, y todo maridado con un Malvasia de Jané y Ventura, un vino que aportó aroma y cuerpo.
Pasamos al segundo episodio, el mar. Dada la proximidad del mar, tanto por el barrio en el que nos encontrábamos como por la ciudad, esta vez la comida se sirvió sobre una montaña de piedras moldeadas por las olas y recogidas ese mismo día; interacción directa con el Mediterráneo. Encima de estas, rata de mar con salsa de romero y limón; bonito marinado con soja, aceite y tabasco; sepia con salsa de tinta y caracoles de mar con salsa espinaler. Esta vez el vino fue un Acústico Blanco, un garnacha blanca del Montseny que terminó de dar estructura al pescado.
Finalmente, bautizado como “árbol frutal”, el divertimento. La intención era reproducir un árbol del que se recogieran directamente las frutas para degustarlas. Un último paso con el que seguíamos conectados con la naturaleza, el entorno y las personas. Colgando de largos hilos, cerezas y fresas. Reposando sobre las bandejas, manzana con anís, pera con ratafía, orejones con piñones y salvia, y ciruelas con chocolate y ron. Para realzar y añadir sabor, un tercer vino. Esta vez, dulce. Un moscatel de Enrique Mendoza que combinó perfectamente con el chocolate. Una delicia en boca y en esencia.
La cena había terminado. Sergi y su equipo, formado por Antonio Álvarez y su madre, cumplieron con su cometido e hicieron que personas desconocidas conectaran a través de la comida.
Pero, aún faltaba la última parte, no por ello menos importante. Entraba en escena Antonio Yranzo. Gracias a él, nos encontrábamos en un espacio precioso; su taller Casamitjana 15 –nombre que coincide con la dirección–. Acabábamos de cenar rodeados de sus obras: creaciones grandes y pequeñas con la madera como elemento principal y, cada una de ellas, con una historia y filosofía particular. Además, había integrado dos de sus obras en la mesa: las bandejas en las que se nos sirvieron la comida y con las que interactuamos pintando y garabateando en ellas. Dos piezas que servirán para dar vida a una escultura que permanecerá en el nuevo restaurante de Sergi de Meià. De nuevo, arte y gastronomía fusionadas. Todo ello con un motivo, con un porqué, con una intención.
Texto y fotos: Marta Parera.