¿Puede ser un bocadillo de chorizo el espejo del alma?
Si la cocina es un lenguaje que habla de nosotros, de qué somos, de cómo somos, la comida que nos llevamos a la piscina nos tiene que decir muchas cosas. Por narices.
Con esta idea en la cabeza nos fuimos el miércoles por la mañana a la piscina pública de Puerta de Hierro y, cámara en mano y metidísimos en nuestro papel de antropólogos gastronómicos, nos zambullimos en este maravilloso mundo de tuppers, neveras portátiles y anatomías humanas al límite.
Os prometemos que este texto se queda muy corto para reflexionar sobre todo lo que vimos. Pero en el fondo nos da un poco igual. Porque ayer por la noche, seleccionando en casa las fotos que se publican junto a este texto, nos dimos cuenta de que hay una foto que lo dice todo. Es esta foto de un bocadillo de chorizo de Pamplona envuelta en papel de aluminio.
A simple vista parece una foto normal, un bocata como cualquier otro, pero si te fijas un poco, descubrirás una finura maravillosa. ¡Esas lonchas de chorizo sin despegar! ¡Por el amor de Dios! Cuánta semiótica. Cuánta semántica. Cuánta filosofía hay en ese sencillo gesto. Este detalle nos habla más del ser humano que “Ser y Tiempo” de Heidegger. Esa manera de enfrentar la preparación de un bocadillo nos dice más sobre nosotros mismos (y nuestras miserias) que todo el teatro de Shakespeare. Señoras y señores, nos fuimos una tarde a una piscina pública a ver que nos encontrábamos y volvimos a casa con la expresión gráfica de la Ley del mínimo esfuerzo. Con una tesis visual del existencialismo millenial, bueno, y con toda la espalda quemada.
Texto: Fernando C.
Fotos: Natalia C.