Es posible que el barrio del Raval sea el perfecto representante de lo que hoy en día ofrece la ciudad de Barcelona. Un verdadero melting pot cultural en el que hay lugar para todo y para todos. Turistas, inmigrantes, ravaleros de toda la vida, establecimientos históricos y modernos locales… todo tiene cabida en las calles de este emblemático barrio. Para que no os perdáis entre este fascinante caos, os proponemos una guía para descubrir gastronómicamente el Raval en 24 horas.
Para aquellos que no seáis persona hasta después del primer café, pasad por Caravelle. El espresso de su máquina italiana de café os hará empezar a coger las fuerzas necesarias para pasar todo un día por el barrio. Si además ya tenéis abierto el apetito, no dudéis ir un paso más allá y pedid unos huevos rancheros o unas french toasts con fresas y helado artesano. Coged sitio en la mesa grande, junto a la cristalera, y observad cómo empieza a despertarse el Raval.
Foto: Inés Troytiño
Si habéis decidido hacer una visita cultural al Macba o CCCB, después de alimentar la mente tendréis que alimentar el cuerpo… de una manera un poco más literal. El histórico bar Cèntric es el sitio perfecto para tomarse una caña o vermut acompañado de algún platillo como la ensaladilla rusa con gambas, unas croquetas, o unas bravas con un alioli suave -pero con un punto de guindilla-. Aún queda día por delante, así que ¡vaya marchando una segunda ronda!
Foto: Beatriz Janer
La Rambla del Raval representa perfectamente ese pequeño mundo en miniatura que viene a ser el barrio. Multitud de establecimientos, terrazas y una oferta gastronómica variada, son reflejo de ese espíritu multicultural. Entre todo este armónico enredo, en una antigua bodega, se encuentra Suculent. Respetando al máximo la historia del local en que se encuentra, la cocina sigue la misma filosofía y ofrece platos clásicos -renovados- de gastronomía mediterránea nacional. Ceviche de gamba roja, croqueta de rabo de vaca vieja, fricandó de lengua de buey con setas, calamares con foie a la brasa… cualquier opción es buena para disfrutar sucant lent (mojando pan tranquilamente) en este pequeño rincón del mundo.
Foto: Cecilia Díaz Betz
En el Raval puede comprarse absolutamente de todo, desde ropa vintage, hasta una cotizada rareza en vinilo, o una cara guitarra eléctrica japonesa. Y en el apartado de comida ocurre exactamente igual, además de la Boquería, hay multitud de pequeños comercios en los que abastecerse tanto de productos nacionales como del resto del mundo, a cuál más exótico. En La Italiana Rivali -espectadores de excepción de la transformación del barrio desde sus más de 100 años de historia- se puede encontrar cualquier producto para la preparación de un auténtico plato italiano: embutido, mozzarella, salsas y pastas elaboradas diariamente, vino, conservas y un largo etcétera. Y si no estáis para cocinar, también os podréis llevar directamente a casa su menú diario.
Foto: Cecilia Díaz Betz
Si el paseo y las compras os han dejado agotados -a vosotros y al saldo de vuestra tarjeta de crédito-, es momento de venirse arriba con un dulce. En Lukumas os tendréis que enfrentar a una difícil decisión: ¿qué pedir? En este local se elaboran diariamente deliciosos dulces griegos -similares a un donut- llamados lukumás. Se realizan a partir de una masa fermentada y frita, que posteriormente se glasea o rellena con multitud de opciones: chocolate, crema de caramelo, crema de limón, mermelada de fresa, albaricoque, frambuesa, etcétera. No hay nadie a quien le amargue un dulce, y menos un lukumás.
Foto: Cecilia Díaz Betz
Cuando las farolas empiezan a encenderse en la calle nada mejor que refugiarse al calor de unas brasas. Siéntete como si estuvieras en Kyoto tras las puertas correderas de este sumiyaki llamado Carlota Akaneya. Con su típica barbacoa japonesa hecha con carbón de leña, vosotros mismos os podréis preparar hasta 5 tipos diferentes de corte de carne Wagyu, además de marisco del día. La experiencia se completa con sopa miso, gyozas, hot pot de verduras, yakisoba y dulces japoneses. El descubrimiento del fuego supuso el inicio de la cocina tal y como hoy la conocemos. El descubrimiento de Carlota Akaneya puede ser para vosotros el inicio perfecto de una larga noche.
Foto: Beatriz Janer
Si lo que buscáis es un plan más íntimo, sólo para dos, encontraréis la atmósfera perfecta en Lo de Flor. Dejáos mimar por Flor Falchetti, su encantadora propietaria, que os ofrecerá excelentes platos de cocina mediterránea elaborada con producto fresco y de temporada. Mientras empezáis a saborear el vino, no dejéis pasar la oportunidad de probar su espectacular stracciatella de burrata, ultracremosa, servida con tomate fresco triturado, sal y pimienta, o su rillette de oca para untar en tostaditas. Lugar indispensable para conquistar o ser conquistado.
Foto: Marta Parera
La calle Joaquín Costa suele estar transitada a cualquier hora del día, pero es de noche cuando se convierte en un punto neurálgico del barrio. Numerosos bares a lo largo de toda la calle acogen a los clientes más noctámbulos, pero hay un local, una coctelería para ser exactos, que acoge a los clientes de una manera especial. Aquí la luz es tenue, suena jazz en los altavoces y hay un espejo en el que mirar con disimulo -o no- al resto de los feligreses que reposan sus codos en la barra de una de las mejores coctelerías de Barcelona: el Negroni. Da igual si a estas horas del día ya no sabes qué pedir, porque con un par de pistas Dani o Eduard -los barmen-, van a saber exactamente qué ofrecerte. Y te lo elaborarán sin jigger, con una destreza digna de ser observada y disfrutada desde el otro lado de la barra.
Si ya estáis viendo unos curiosos dibujos en el fondo de vuestro vaso, tranquilos, significa que estáis viendo las ilustraciones de la barra del Negroni y que vuestra copa ya se ha terminado. Es momento de dar por concluido el día… o qué demonios, quedarse en el Negroni para una más.
Foto: Mahala Marcet
Texto: Gemma García
Foto de cabecera: Cecilia Díaz Betz